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25 DE NOVIEMBRE DE 1867
Alfred Nobel patenta la dinamita

Alfred Nobel
Laboratorio de Alfred Nobel en Bofors, Suecia
Primera ceremonia de entrega de los Nobel (1901)
Testamento de Alfred Nobel. Museo Nobel, Estocolmo

El 25 de noviembre se conmemora la concesión, en 1867, de la patente sobre un explosivo conocido con el nombre de dinamita, a Alfred Nobel.
Alfred Nobel nació el 21 de octubre de 1833 en Estocolmo, Suecia, y murió el 10 de diciembre de 1896 en San Remo, Italia. Era hijo de un ingeniero y fabricante de armas establecido en San Petersburgo. Allí se trasladó en compañía de su familia con nueve años y recibió una exquisita formación en química a cargo de tutores privados. También estudio ingeniería en EEUU, tenía una gran facilidad para los idiomas y manifestó un gran interés por la filosofía y la literatura.
Al finalizar sus estudios de química se trasladó a Paris, donde coincidió con Ascanio Sobrero, un químico italiano que en 1847 descubrió la nitroglicerina, una sustancia explosiva altamente potente a la vez que inestable y difícil de manejar.
Nobel puso todo su empeño en mejorar las condiciones de seguridad en la fabricación de esta sustancia así como la forma de llevar a cabo las explosiones de forma controlada, lo que le llevó a patentar el diseño de varios tipos de detonadores y formas de fabricación a base de mezclas.
En uno de los muchos accidentes ocurridos con el manejo de la nitroglicerina, en 1864, perdió la vida su hermano pequeño Emil lo que le impulsó a continuar con las investigaciones convencido de que la solución estaba en encontrar un tipo de mezcla con algún material absorbente que diese estabilidad a la nitroglicerina. Después de probar con varias sustancias sin obtener los resultados deseados, finalmente consiguió, mezclando la nitroglicerina con tierra de diatomeas, obtener un producto que se podía golpear e incluso quemar sin que explotara.

Así, en 1866, nació la dinamita, un explosivo sólido, mucho más estable y manejable que la nitroglicerina, que se podía hacer explotar de forma controlada utilizando los mismos detonadores que él mismo había patentado años atrás.

El éxito no se hizo esperar. A su muerte contaba con más de 90 fábricas de armamento y explosivos repartidas por todo el mundo así como 355 patentes. Su fortuna estaba valorada en más de 33 millones de coronas suecas, dejando en el testamento que casi su totalidad se destinara a la creación de unos premios que reconocieran los grandes avances conseguidos a favor de la humanidad en los campos de la física, química, medicina, literatura y paz.

De esta forma acababan de nacer los prestigiosos premios NOBEL.

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