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22 DE OCTUBRE DE 1625
El ataque holandés a Puerto Rico: la batalla de San Juan

En el siglo XVII, el Caribe fue el epicentro de la rivalidad entre las grandes potencias europeas. En ese contexto, la isla de Puerto Rico, enclave estratégico de la Monarquía Hispánica y bastión esencial en la ruta entre América y España, se convirtió en blanco de ataques reiterados. Uno de los más recordados fue el asalto holandés de 1625, dirigido por el almirante Balduino Enrico (Boudewijn Hendricksz), en el marco de la política ofensiva de la Compañía Neerlandesa de las Indias Occidentales. Esta compañía fue creada en 1621 para socavar el poder marítimo y territorial español en América, a semejanza de la de igual título en las Indias Orientales.

El 24 de septiembre de 1625, una flota holandesa compuesta por 17 naves de guerra y más de 2.500 hombres apareció frente a las costas de San Juan, bloqueó la bahía e inició un violento bombardeo. El gobernador de Puerto Rico, Juan de Haro, ante la superioridad enemiga, organizó una concentración de fuerzas en el Castillo San Felipe del Morro, fortaleza inexpugnable que dominaba la entrada de la ciudad. Desde allí concentró la resistencia española, apoyada por milicias locales, que resistieron durante semanas los ataques de Enrico.

Los holandeses lograron ocupar el Castillo de San Cristóbal y penetraron en la ciudad de San Juan, que fue saqueada e incendiada parcialmente. Sin embargo, el Morro se mantuvo firme. La artillería española, la disciplina de la guarnición y la determinación del pueblo impidieron la caída de la fortaleza. Enrico, frustrado por la resistencia, envió el 21 de octubre un ultimátum exigiendo la rendición y amenazando con destruir la ciudad. La respuesta de Juan de Haro fue legendaria: «Tenemos valor, madera y piedra para reconstruirla».

A la mañana siguiente, el 22 de octubre de 1625, se desencadenó uno de los episodios más heroicos de la defensa. Enrico ordenó un ataque general para tomar el Morro y, simultáneamente, incendió la ciudad como represalia. Más de cien casas, el palacio episcopal y los archivos históricos ardieron bajo las llamas. Sin embargo, la destrucción no doblegó el espíritu de los defensores. Mientras el humo cubría San Juan, los capitanes Juan de Amézquita y Andrés Botello lanzaron un audaz contraataque desde las murallas del Morro y las posiciones de San Antonio. Las tropas españolas, reforzadas por milicianos criollos y voluntarios, realizaron una salida sorpresiva que tomó desprevenidos a los holandeses.

Eugenio Cagés. «La recuperación de San Juan de Puerto Rico» (1634-1635). Óleo sobre lienzo. Museo del Prado. Madrid

El combate del 22 de octubre fue decisivo: los españoles irrumpieron en las trincheras enemigas, capturaron posiciones artilladas y causaron importantes bajas al enemigo. El asalto holandés se convirtió en una retirada desordenada. Los ataques de Amézquita y Botello, ejecutados con disciplina y coraje, impidieron el avance final sobre la fortaleza y minaron la moral holandesa. Incapaz de mantener el sitio y tras sufrir cerca de 400 bajas, Enrico ordenó finalmente la evacuación. El 2 de noviembre de 1625, la flota holandesa se retiró derrotada, dejando atrás una ciudad arrasada pero no vencida.

La batalla de San Juan demostró que el poder español en el Caribe seguía firme y que la valentía de los defensores españoles y puertorriqueños había salvado la plaza.

Tomas Torres Peral

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