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1 DE SEPTIEMBRE DE 1825
El Regimiento de Celadores Reales

El Regimiento de Celadores Reales, creado por la Real Orden de 1 de septiembre de 1825, durante el reinado de Fernando VII, representa una de las primeras fuerzas militarizadas, en concreto del Arma de Caballería, dedicadas explícitamente a la seguridad pública en España. Su establecimiento respondía a la necesidad de prevenir delitos y mantener el orden allá donde la autoridad real requería auxilio para garantizar la seguridad ciudadana y el control de caminos.

Celador real

El antecedente directo del regimiento se encuentra en un Escuadrón de Celadores Reales destacado en la plaza de Zaragoza en 1823, adscrito a la Inspección de Caballería. Según el Estado Militar de España de 1824, el Escuadrón de Celadores Reales estaba mandado, en situación de comisión, por el comandante Francisco Sánchez Muñoz.

La estructura del regimiento se encontraba entre la relación de regimientos de Caballería de la época, reflejaba la influencia de la Caballería en aquellos tiempos, pero también incorporaba particularidades propias de una fuerza de seguridad pública. Organizado con una Plana Mayor y cuatro Escuadrones, cada uno a su vez dividido en dos Compañías, la fuerza teórica era de 544 hombres y 480 caballos, aunque diversas fuentes señalan que estas cifras nunca se alcanzaron plenamente en la práctica.

El mando lo ostentaba el brigadier Rafael Valparda, auxiliado de un teniente coronel Mayor, cuatro coroneles al mando cada uno de un Escuadrón: el coronel Francisco Sánchez Muñoz al mando del primero, Mariano Pacheco al mando del segundo, Agustín de Tena mandaba el tercero y el coronel José Caballero, el cuarto.

La uniformidad era cuidada y distintiva: casaca azul turquí con cuello y vueltas celeste, galón de plata, pantalón gris, sombrero de tres picos y capa azul. El diseño recogía influencia francesa, especialmente de la Gendarmería, lo que refrendaba la vocación de cuerpo moderno y diferenciado dentro del ejército español.

El cometido principal del regimiento era actuar como fuerza auxiliar de la Superintendencia General de Policía del Reino y desplegarse en todo el territorio para garantizar la seguridad en caminos, escoltar convoyes, prestar servicios de correo (transportar pliegos oficiales) y proporcionar escolta a autoridades. Estas misiones, entonces novedad en España, dotaban a la unidad de una función policial avanzada para su tiempo, posicionándola como antecedente directo de futuras fuerzas y cuerpos de seguridad.  La actual Policía Nacional los ha adaptado como precedente suyo y no es difícil verlos con uniformes de época en desfiles y celebraciones actuales.

Los Celadores Reales debían combinar, como fuerza de Caballería que era, la rapidez y movilidad, junto con la disciplina y la flexibilidad de los cuerpos policiales. Su presencia estaba planificada para su despliegue en cada provincia, aunque las restricciones presupuestarias y administrativas lo impidieron.

Pese a su prometedor inicio, el Regimiento de Celadores Reales sufrió constantes modificaciones que limitaron su eficacia y mantenimiento en el tiempo. La Real Orden de 13 de mayo de 1827 reorganizó sus efectivos, extrayendo compañías para funciones específicas -como la escolta del capitán general de Castilla La Nueva y la protección de Madrid- y redistribuyendo el resto como soldados desmontados en otras unidades del Ejército. Estas transformaciones reflejan las dificultades administrativas con que se enfrentaba el Estado para constituir una fuerza policial de carácter nacional y uniformada.

Finalmente, la incapacidad de sostener material y económicamente el regimiento llevó a su disolución en 1832, aunque algunas compañías derivadas mantuvieron funciones policiales bajo la Superintendencia General de Policía, constituyendo el germen de la futura policía uniformada española.

El Regimiento de Celadores Reales destaca como la primera unidad uniformada de seguridad pública en España y uno de los antecedentes directos de las actuales unidades de Caballería de la Policía Nacional. Su experiencia, aunque efímera, mostró la necesidad de contar con fuerzas especializadas en la protección ciudadana y el control territorial, abriendo el camino a cuerpos más consolidados como los Carabineros y la Guardia Civil. Su legado es recordado como un paso esencial en la evolución de la seguridad pública en España.

Tomas Torres Peral

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