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9 de diciembre de 1824
Batalla de Ayacucho
El 9 de diciembre de 1824, hace ahora 201 años, en la pampa peruana de Ayacucho, tuvo lugar la batalla que marcó el final del dominio español en Hispanoamérica. Este enfrentamiento, en un escenario inhóspito situado a más de 3.000 metros de altitud, bajo la sombra del monte Condorcunca, significó la derrota del ejército realista y la consolidación definitiva de los movimientos emancipadores.

La caída del poder español en el continente había sido un proceso largo. Paradójicamente, las fuerzas realistas que combatieron en Ayacucho estaban integradas mayoritariamente por americanos —mestizos, indígenas y criollos—, ante la imposibilidad de enviar refuerzos peninsulares por los conflictos internos en la metrópoli. Se estima que, de un total de entre 14.000 y 15.000 combatientes, solo había unos 500 peninsulares, un caso casi único en la Historia en que la metrópoli era defendida de forma abrumadora por naturales locales. Nunca existió un ejército «español» propiamente dicho en Hispanoamérica, sino fuerzas realistas compuestas, en su mayoría, por tropas americanas.
Hacia 1824, el virrey José de la Serna, militar experimentado, mantenía una posición relativamente sólida en Cuzco, capital del virreinato de Castilla o del Perú, pese al clima de inestabilidad interna en el bando independentista. Sin embargo, la rebelión del general realista Pedro Antonio Olañeta, motivada por rivalidades políticas y ambiciones personales, debilitó y desorganizó aún más la estructura militar virreinal.
Este levantamiento obligó a La Serna a dividir sus fuerzas y enviar al general Valdés a una campaña agotadora contra el insurgente, dejando vulnerable su frente principal. Mientras tanto, las fuerzas emancipadoras aprovecharon la ocasión para reorganizarse, formando un ejército compuesto por divisiones colombianas y peruanas e iniciando la campaña decisiva que desembocó en la batalla de Junín, en agosto de 1824, cuyo resultado favoreció a los independentistas.
Tras Junín, La Serna retomó la iniciativa en octubre, poniendo en marcha una serie de maniobras destinadas a cortar las comunicaciones de Antonio José de Sucre y a forzar una batalla en condiciones ventajosas para los realistas. Durante semanas, ambos ejércitos avanzaron por los Andes en un fatigoso juego estratégico, con tropas realistas más habituadas a las alturas y soldados independentistas debilitados por el frío y el mal de altura.

Finalmente, el 8 de diciembre los realistas ocuparon las alturas del Condorcunca, mientras Sucre situaba a su ejército en la pampa de Ayacucho. La posición española era excelente para la defensa, pero extremadamente desfavorable para lanzar un ataque, debido a la abrupta pendiente y a los pasos estrechos que debían atravesar las tropas para desplegarse correctamente.
El 9 de diciembre, La Serna tomó la arriesgada decisión de atacar. Las fuerzas realistas iniciaron un descenso dificultoso por barrancos y pendientes que desorganizaron completamente sus líneas. Aunque la división de Valdés logró avances iniciales contra las tropas peruanas de La Mar, el resto del ejército realista descendió de manera descoordinada, perdiendo cohesión en el momento crítico.
Algunas unidades atacaron prematuramente y fueron deshechas por los batallones colombianos de Sucre, que capturaron la artillería realista y frustraron cualquier intento de reorganización. La caballería virreinal, desplegada de forma tardía y fragmentaria, fue igualmente derrotada. Con el centro y uno de los flancos colapsados, y el propio virrey herido y capturado, la batalla quedó decidida; solo la división del general Valdés mantuvo el orden mientras iniciaba la retirada.
Las cifras finales reflejaron un desastre total para los realistas: aproximadamente 1.800 muertos, 300 heridos y unos 2.500 prisioneros. Ayacucho selló, a falta de los últimos bastiones realistas, la independencia de Hispanoamérica. La derrota fue consecuencia no solo del terreno elegido para atacar, sino también del desgaste provocado por la campaña contra Olañeta y de la desorganización estructural del ejército realista en aquellas fechas.
Tomás Torres Peral