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16 DE ENERO DE 1845
El duque de Ahumada dicta la circular que sirvió de base a la Cartilla del Guardia Civil

Francisco Javier Girón, Duque de Ahumada
“Servicio en zona despoblada” – Óleo de Augusto Ferrer-Dalmau

El pasado 20 de diciembre de 2020, se cumplieron 175 años de la Real Orden que aprobaba la Cartilla del Guardia Civil, redactada por el mariscal Girón y Ezpeleta, duque de Ahumada, organizador y primer Inspector General del Cuerpo. Un código ético de extraordinario valor para el pensamiento militar, que pronto se coinvirtió en seña de identidad para esa institución.
Pero previamente, Ahumada había difundido una circular el mes de enero de ese año, cuando oficialmente se completó el despliegue del primer contingente de 4.679 efectivos por toda la geografía peninsular. Como premisa imprescindible para que aquellos hombres comenzaran a prestar servicio investidos de autoridad, con capacidad para actuar en parejas o en reducidos grupos, y portando armas, aquella circular supuso una primera norma para guiar la conducta de los guardias civiles en todo momento, no solo durante su actuación profesional.
Además, también implicaba una mayor exigencia para los cuadros de mando de la Guardia Civil, especialmente para aquellos oficiales recién incorporados al Cuerpo desde las unidades del Ejército, que debían vigilar e impulsar el servicio de los hombres que tenían a su cargo. Así comenzaba, de hecho, la circular de 16 de enero de 1845, que sirvió de base para la redacción de la Cartilla: «Las cualidades morales del Guardia Civil deben ser una de las principales atenciones de la Oficialidad». En la observancia y la exigencia de esa conducta ejemplar radicaba la clave del éxito. Y no cabía defraudar las muchas expectativas que la sociedad había depositado en la naciente Guardia Civil.
En la circular, Ahumada hacía referencia a principios generales como la disciplina y el respeto a las leyes, y daba una extraordinaria importancia a la necesidad de que el guardia civil se hiciera siempre merecedor de la estima y consideración pública, a través de la absoluta moralidad de sus actuaciones, el trato correcto y considerado con el ciudadano, y la compostura y aseo personal que siempre debía mostrar. También incorporó conocidos preceptos que, meses más tarde, pasarán a la Cartilla, como no «ser temible sino a los malhechores, ni temido sino de los enemigos del orden»; «ser prudentes sin debilidad, firmes sin violencia y políticos sin bajeza»; o mostrarse «sereno en el peligro, fiel a su deber, (…) con dignidad, prudencia y firmeza».
Respecto a la actuación en el servicio, se insistía en la necesidad de que todo el personal tuviera un perfecto conocimiento de la demarcación que debía vigilar a diario, así como de aquellas personas que resultaran sospechosas por sus antecedentes o forma de vida. Estas obligaciones incumbían, en primer lugar, a los comandantes de puesto, como primer escalón de mando.
Por último, los jefes y oficiales debían comprobar en sus revistas periódicas la observancia de todos estos principios, y proponer la separación del servicio de aquellos subordinados que no reunieran las cualidades morales necesarias.

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