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13 DE ENERO DE 1939
Martínez Campos, héroe artillero

Se concede la Medalla Militar al insigne Artillero D. Carlos Martínez Campos y Serrano, Duque de la Torre y Caballero del hábito de Calatrava, escritor y académico de la lengua. Al final de su carrera fue preceptor del Príncipe de Asturias, don Juan Carlos de Borbón y Borbón, que luego sería el Rey de España como D. Juan Carlos I, además de Consejero privado de su padre, don Juan de Borbón y Battemberg.

Retrato del General Martínez Campos. Alcázar de Segovia, sala de los premios Daoiz

Nació en Paris el 6 de octubre de 1887, ingresó en el Real Colegio de Artillería, saliendo como teniente con la promoción 195 del año de 1908, siendo diplomado de Estado Mayor diez años más tarde.

Fue destinado en 1909 a Melilla donde participo en toda la campaña, y más tarde en la Guerra de Marruecos de 1921 a 1923.

Fue agregado militar en diversas embajadas, de Roma, Sofía, Atenas y Ankara, que junto con algunas otras misiones anteriores como observador militar le dio un amplio conocimiento y una gran formación.

Al comenzar la Guerra Civil en julio de 1936, siendo ya teniente coronel, se alineó con los nacionales en el ejército del Norte, destacando como jefe de la Artillería en diversas operaciones, durante este periodo ascendió a coronel. Durante este periodo llegó a tener bajo su mando unas quinientas baterías, poniéndose de manifiesto la superioridad artillera del ejército nacional. Fue condecorado con la Medalla Militar Individual, por su acción el 4 de septiembre de 1936 en Oyarzun e Irún (Guipúzcoa).

Al terminar la Guerra Civil fue ascendido a general de brigada en 1940 y a general de división en 1943, siendo en 1953 el culmen de su carrera con el ascenso a teniente general.

Entre 1939 y 1941 fue nombrado jefe del Estado Mayor Central. En sus memorias dice a raíz de este nombramiento: «Tanto tiempo fuera: en Europa, Asia, África y América; y todo este tiempo meditando sobre lo aprovechable para España, me había enseñado lo necesario para ejercer mi cargo». En 1941 fue nombrado del Consejo de la Hispanidad.

Durante la Segunda Guerra Mundial fue comisionado al extranjero, a Suecia, Alemania y Rusia. Mas tarde ocupó la Capitanía General de Canarias, así como la Inspección de Tropas Saharianas.

Como investigador de la historia, a la que dedicó mucho tiempo especialmente a la historia militar. Su principal obra fue España Bélica, en varios tomos, donde documenta la historia de los siglos XVI, XVII y XVIII, además de muchos artículos y ensayos, de los que destacan La artillería y la aviación (1917), Las fuerzas militares del Japón (1921), Cuestiones de ante-guerra (1948), Ensayos y comentarios (1962), etc.

Fue recompensado con la concesión del Premio Daoíz de Artillería, en el quinquenio 1943-1948, el máximo galardón artillero y uno de los más prestigiosos que se otorgan en el Ejército español. Durante ese periodo trabajó con gran acierto en la dirección del astillado y de la solución del municionamiento que, junto con su prestigio como artillero y militar, motivó dicho premio.

El día 29 de enero de 1950 tomo posesión del asiento “f” de la Real Academia Española con su discurso titulado «Movilización de las palabras». De él destacamos los siguientes párrafos:

La “movilización” abarca todos los medios que hacen falta para la guerra; y, si esto es así, ¿por qué no ha de extenderse a las palabras, sin las cuales no hay combate, ni ejército, ni movilización siquiera.

En otro momento levantando al auditorio dijo lo siguiente:

En plena lucha, todo silba, todo rasga, todo se hace insoportable. De tanto oír, no se oye nada. Los tímpanos estallan, y en el silencio fragoroso de ese ambiente, el ser humano tiene el deber de mantenerse incólume y de conservar sus facultades. Y, además, tiene que “llegar”.

Por sus conocimientos fue presidente honorario de la Real Sociedad Geográfica de España, vocal del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, además de Académico de la Real Academia de la Historia desde 1963.

Falleció en Madrid el 20 de mayo de 1975, sin ver la proclamación como Rey a D. Juan Carlos I. Su obra, tanto militar como literaria, queda para la posteridad.

Eduardo García-Menacho Osset

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